De pronto todo el aire es cereza y tiene un modo de ave fría temblando entre la muerte y el vuelo. Por más que quisiera defenderte hay una voz de cosecha en el aliento, perfume final a frutos rojos. No sirve entrarte como un velero, hendirte espuma, gozarte como sandía de brutales muerdos. Me paran las horas que se desploman y la alquimia no resuelta de volver carne cuanto pienso.
Son estas horas, cuando las cosas de la vida ya están hechas o aparcadas, las del encuentro. Una lectura, un piano, la imagen deseada, un sueño sin laberintos. Alrededor de la media noche, Thelonious Monk lo intuyó, somos seres auténticos, sin guardia. Baja una niebla lechosa y el aullido voltea el tiempo: Llega la noche..
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