domingo, 2 de septiembre de 2007

SENECTUTE




“¡Desdichado de aquel anciano que durante toda su larga edad no ha visto que debe despreciarse la muerte! La cual, si con ella se extingue hasta la propia alma, no debe preocuparse y si, por el contrario, la ha de llevar a un lugar donde ha de ser eterna, es por lo tanto digna de ser deseada.” (CICERÓN, “SOBRE LA VEJEZ”)


Viejos signados con una obra en la frente
que era el canto del gallo en sus mañanas.
Bóvidos formidables uncidos con grúas
y dientes de reja sin labios.
Sus destierros desconocen lenguas
por los callos impermeables de las máquinas.
La muerte les llega tras la siesta o se acomoda
cuando era casi audible el cuerno del otoño.
¿Quién hereda?: El que menos ama.
¿Quién regresa?: El heredero.
¿Qué trae en su baúl inmediato?:
Un cuchillo de piedra.
Perfuma de pedernal una cóncava sandía
implicando con su sangre al maestro
(solitario al que siempre le faltó el as de oros).
El turrón desmigado es otra pista,
el troquel del billete como “oh” sorprendido
ante un Cristo de ojos cerbatana.
Viejos signados con una cruz en la frente.
Julio Obeso
 

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