martes, 7 de agosto de 2007

El Mecenas (Capitulo 5 de: "Escritos claramente oscuros")



CAPITULO 5. EL MECENAS

Cuando el hambre ensayaba su desfile ocupaba la mente en complicadas operaciones, para que el hambre perdiera el paso. No se paraba a pensar las contadas ocasiones en que eso ocurría, la rutina es el mejor diapasón y se viste con uniforme. Comenzó interiorizando su sueño:
-Soy un buen poeta. ¿Nadie querrá pagarme un sueldo por escribir tres poemas diarios? Casi mil cien al año, más de veinte mil versos, seis libros de ciento ochenta poemas cada año, todos los años. Soy un buen poeta-
¡PAM, PAM, RATAPLÁN! El hueco de su vientre era un consumado metrónomo: ¡Izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda! El hombre del sombrero sobre la mesa, en otras ocasiones había adormecido a sus soldaditos con un café y algún bollo. Le hizo una seña para que se acercara.
-“Yo te pagaré ese salario, pero habrá una condición”-
No alcanzaba a comprender como algo razonado tan íntimamente, pudo ser captado por aquel hombre con su sombrero encima de la mesa. Lo más extraño es que no le suponía problema o curiosidad.
-“En este libro hay tres mil palabras, cada poema que escribas ha de empezar por una de ellas y la tacharás en la página. Una vez al mes me entregarás el trabajo. Cumple y no volverás a tener problemas con el dinero.”-Antes de irse le dio un adelanto.
Todo funcionó como el hombre prometiera. En aquella cafetería le recogía sus escritos, miraba el libro con las palabras suprimidas y, en efectivo, le pagaba. Su mecenas era un hombre realmente espléndido, cada treinta días le subía el sueldo. Allá por el cuarto mes los soldaditos se habían licenciado. Alquiló una casa y se podía permitir comidas que no sabía que existían.
Una vez terminado el libro, el hombre del sombrero sobre la mesa le entregó otro, con tres mil más. Fue entonces cuando se dio cuenta del hecho: No podía recordar las palabras que eliminaba, desaparecían de su mente al mismo tiempo que eran tachadas por la pluma. Aún así continuó, aunque el segundo libro fue incapaz de agotarlo. Perdió más de cuatro mil palabras conocidas y las que eran nuevas, nada le decían. Dejó de escribir y el hombre del sombreo sobre la mesa de pagarle. No necesitaba el dinero, había ahorrado una cantidad suficiente para poder vivir holgadamente, pero era incapaz de pedir una barra de pan o recordar el día de la semana. La cara falta de expresión y un hilillo de baba que descendía continuamente de los labios, provocó su internamiento en el psiquiátrico.
Al final de cada mes, un hombre con palabra fácil y profuso vocabulario, le visitaba. Se sentaba a su lado y le limpiaba la boca. De su sombreo sacaba unas hojas manuscritas que le leía. A él no le suponía problema o curiosidad.

Julio Obeso

EJERCICIO


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Imaginad un hielo azul,
náufrago con párkinson
de mareas.
Él a su vez sueña
con el viaje. Ha oído hablar
de lo mestizo
y tan serio su propósito,
se deshace en agua.
Antes fue tocador
para las aves más blancas,
juguete de orcas,
comentario para los australes
navíos. Imaginad ahora
un punto dulce
en una lágrima:
¿Lo veis?
El deshielo de los ojos
es el llanto.

Julio Obeso

EN LA NOCHE

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El pianista interpretaba con manos córvidas
una pieza imaginada:
“Lejos, lejos, niña herida,
muy cerca del primer beso”
Atraía los aplausos del llanto,
la coqueta sonrisa de la estatua
y un guiño cómplice al sábado agostado.
“Lenta, lenta, pequeña luz,
tras la mampara”

Julio Obeso

A love supreme


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De pronto todo el aire
es cereza
y tiene un modo de ave fría
temblando entre la muerte
y el vuelo.
Por más que quisiera defenderte
hay una voz de cosecha
en el aliento,
perfume final a frutos rojos.
No sirve entrarte
como un velero,
hendirte espuma,
gozarte como sandía
de brutales muerdos.
Me paran las horas
que se desploman
y la alquimia no resuelta
de volver carne
cuanto pienso.

Julio Obeso
 

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