miércoles, 26 de marzo de 2008

Aquella mujer





era una mujer -siénteme-
torturada por la invisibilidad
cada mañana desayunaba tinta
comía calamares en tinta
bebía tinto
su rímel llegaba en frascos
de las factorías Mont Blanc o Parker
dejaba al llorar churretes azules
saberse mortal la alteraba
hasta el punto de escribir
/no una lista de la compra
ni otros recordatorios/
garabatea en hojas terribles
-estoy aquí, mil veces, estoy aquí-
la echaron de las iglesias
por su manía de comulgar
con los pechos desnudos
y de los cafés por sus pechos desnudos
y de los cines por sus voces
por la fea costumbre de leer hojas terribles
-estoy aquí, mil voces, estoy aquí-
sólo cuando el obispo juró por dios
/mujer eterna/
desapareció con muerte discreta

Julio Obeso González

2 comentarios:

Luciérnaga dijo...

sencillamente genial!

Juan Carlos Herrera dijo...

¡Bien Julio!
Ahí estamos, soltando lastre.
Abrazos.

 

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