sábado, 6 de diciembre de 2008

Gacelas en la melancolía



Creo que las gacelas, cuando son veloces cenizas y tan sólo abarcan el territorio de su sombra, se parecen a la melancolía. Aunque guarden en su boca el gusto irrepetible de la clorofila, la sal, que no deja de ser un cansancio hipertenso, encuera el anverso de la lengua (probad a decir algo sencillo: “día aciago, luz perversa” si las hormigas que adormecen la envenenaron): Un día, otro día y otro día.
Apezuñan arenas repetidas, carboncillos humeantes bajo el contraste de cualquier horizonte, hasta que anochece y se encienden íntimas para consumirse sin brillo. ¿Cómo espabilar a herbívoros sin hierba? Nada es menos apetecible que los gusanos si te devoran gusanos, que el aire si ardes por accidente, que las palabras urgentes cuando de pausa o maniatado enmudeces: Un día, otro día y otro día.
Imagino camadas pendientes de ubres tristísimas, con bigotes de arcilla que el instinto empuja hacia el alma (por decir lo de adentro), secando lo enviciado por el rocío, testando el aire que se detuvo a medir desiertos. Crece la alerta: ¿Qué depredador o duda atacaría siluetas, cuando ni los fúnebres revolotean? Pero no es alarma por la vida, sólo hambre atenta, hartazgo de lo repetido: Un día, otro día y otro día.

3 comentarios:

Ana María Espinosa dijo...

En cuando he visto este dibujo de Juan Carlos Mestre, me he dicho, lo que lo acompaña debe ser superior, y asi es amigo mío, prosa para morirse aquí mismo.
Cómo me gustas cuando escribes porque se hace la magia.
Feliz domingo y mañana fiesta.

Julio Obeso González dijo...

Gradiaz Anita, edes el mejod demedio pada mi constipado. Muchods besitos.
Judio

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Estamos con autonomía en la heredad bien entendida de Lorca o Mestre, a los que separa la singularidad y une la estética de una poesía indómita, liberada de lo convencional y puramente racionalista.

Ahí estamos cuando irrumpe un tropel de humo, gacelas, deseos invadiendo la blancura, intoxicando el aire de amor y tozuda defensa de la felicidad, aún en tiempos de Chanel, tetas de plástico, billetes de quinientos con olor a patera y otras zancadillas a la humana posiblidad de abrazarse bajo una puerta sin muerdago o en cualquier día de tu no cumpleaños.

Bárbaro. Querido poeta, eres bárbaro. Y eso, entiéndelo como cumplido, ya que los vates y abades me tienen hasta la coronilla...

Tu Víktor
Tu Víktor

 

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